Año 615, el rey visigodo Sisebuto está llevando a cabo una durísima campaña militar, naval y terrestre, contra las posiciones romano-bizantinas en Hispania. Malaca, Málaga, acaba de caer en su poder. Los combates son feroces y el ejército y la flota visigodos se van imponiendo a los romanos a costa de un sangriento tributo.
No obstante obtener semejantes triunfos, Sisebuto se lamenta por el derramamiento de sangre y añora los días en que podía dedicarse al estudio de la astronomía, la gramática y la filosofía. De hecho, el rey compone un poema sobre las fases y eclipses de la luna para reconfortar a quienes ven en dichos fenómenos naturales funestos presagios y anima a su amigo, el obispo de Hispalis, Sevilla, Isidoro, a escribir una nueva obra sobre la astronomía y la naturaleza: De Rerum Natura y a proseguir con la redacción de sus monumentales Etimologías en donde debía recogerse y sistematizarse el saber universal.
Lo realmente sorprendente de la estampa anterior no es que se diera en Hispania, sino que solo en ella, de todo el Occidente europeo, podía darse.
Si de verdad queremos entender el hecho extraordinario que significó en la Europa occidental del siglo VII la existencia de soberanos, políticos, eclesiásticos, literatos, etc. como Sisebuto, Isidoro de Sevilla y sus continuadores, esto es, hombres no solo capaces de leer y escribir, sino pertrechados de conocimientos suficientes como para salvaguardar y apreciar el legado de los clásicos y participar en reuniones tales como los Concilios de Toledo en donde eruditos obispos y cultos nobles del Aula regia se reunían para debatir problemas teológicos, de derecho y política, basta con mirar a la Francia merovingia del siglo VII o a la Inglaterra anglosajona del mismo periodo y constatar como allí los reyes letrados o no existían, en el caso de Inglaterra, o bien comienzan a ser anécdota hasta desaparecer y pasar a ser cosa normal que los soberanos ni siquiera pudieran escribir su propio nombre, como es el caso de la Francia merovingia. Y es que, en palabras de un historiador francés, P. Riche, en la Hispania de fines del siglo VI y del siglo VII se logró que “El Aula regia toledana, esto es la corte visigoda, tuviera más en común con la corte imperial bizantina que con la merovingia”.
Esta singularidad hispana es algo valioso ha destacar. Pues como señala A. Rodríguez de la Peña, la “densidad” de hombres doctos y el resurgimiento de las letras latinas en la Hispania visigoda del siglo VII es de una fuerza sin parangón en el Occidente de la época.
Ahora bien, el súbito y rutilante despertar cultural hispano fue en buena medida propiciado e impulsado por una gran figura de genio e intelecto desmesurados: Isidoro de Sevilla. Detengámonos en su figura y en su importancia.
Isidoro de Sevilla, transmisor del saber
A comienzos del siglo VII Hispania se estaba conformando como idea que concretaba y conformaba al Regnum Gothorum del que ya no era sino sinónimo. Pues tal y como escribiera José Carlos Martín: “Me parece difícil de sostener, en efecto, que para Isidoro la historia de los visigodos no estaba indisolublemente ligada a la de la Península. Creo, más bien, que para él no existían ya dos razas o dos pueblos que compartían un territorio, hispanorromanos, por un lado, y visigodos, por otro, sino un solo pueblo de una gran fortaleza militar y política”.
En efecto, José Carlos Martín tenía razón. Pues esa idea, la esbozada más arriba, quedó expresada en los textos de los concilios toledanos, siglos VI y VII, y muy particularmente en el trascendental IV Concilio de Toledo de 633 en cuyo Canon LXXV se acude a la expresión “Spaniae Populi,” esto es, “Pueblos de Hispania”, para definir al sujeto político sobre el que gobierna el rey de los godos y que es representado ante el monarca por los obispos y nobles de la asamblea conciliar.
De hecho, Isidoro definió perfectamente en su Laus Hispaniae esa nueva idea, esa nueva identidad que construían y sumaban entre sí, godos e hispanorromanos. La propia vida de Isidoro era una suerte de ejemplo vital de dicho proceso.
En efecto, nacido probablemente en Hispalis, Sevilla, hacia 556, sus padres, Severiano y Turtur, habían abandonado su ciudad natal, Cartago Espartaria, Cartagena, en 554, para no quedar bajo la administración del restaurado poder romano en la Hispania suroriental propiciada por la Recuperatio hispana de Justiniano en 552. Esto, que hispanorromanos de alcurnia prefirieran vivir bajo dominio godo antes que romano/bizantino, era ya toda una señal de que algo estaba cambiando.
Siguió haciéndolo. La familia de Isidoro, con sus tres destacados hermanos mayores –Leandro, Fulgencio y Florentia– iba a ser una de las más influyentes en el nuevo “Reino de Hispania”, así lo denomina reiteradamente el contemporáneo historiador franco Gregorio de Tours, que el implacable y genial Leovigildo y su templado e inteligente hijo, Recaredo, estaban forjando en el extremo Occidente.
Isidoro destacaría pronto por su erudición y por su habilidad política. Habilidad que le permitiría sortear con éxito los vaivenes de la peligrosa corte goda en donde los reyes se sucedían entre conjuras y sangrientos ajustes de cuentas.
Hacia el año 599 sucedió a su hermano Leandro en la silla episcopal de Hispalis, Sevilla, en aquel momento una de las ciudades más pujantes, ricas y pobladas de la Península e influyó notablemente sobre reyes como Sisebuto, 612-621, Suintila, 621-631 y Sisenando, 631-636, en momentos en que el reino alcanzaba su apogeo político, militar y cultural.
Su capacidad e influencia política se manifestaron en el IV Concilio de Toledo de diciembre de 633 en cuyo Canon LXXV se definen las obligaciones del rey hacia el pueblo y del pueblo hacia el rey y en donde este último queda sometido a la ley y a la moral imperantes. Quedando la monarquía sujeta a la asamblea conciliar de nobles y obispos que, en representación de Spaniae populi, “De los pueblos de Hispania” elegía al soberano y, llegado el caso, podía juzgarlo y deponerlo.
Isidoro de Sevilla, de hecho, definió perfectamente cuales debían ser las virtudes del buen rey y con ello y gracias a su poderosa influencia en la Europa medieval, condicionó la imagen de príncipe que se tendría en Occidente durante los siguientes ochocientos años. Así, en sus Etimologías nos dice a propósito de los reyes y de su poder:
«El término Rey deriva de regir del mismo modo en que sacerdote deriva de sacrificar. No rige el que no corrige. El nombre de Rey se posee cuando se obra rectamente, y se pierde cuando se obra mal. De aquí aquel proverbio que corría entre los antiguos: serás Rey si obras con rectitud».
Pero ante todo, Isidoro fue un faro cultural. Amigo del cultísimo rey Sisebuto (612-621), emprendió por instigación de este último una serie de obras casi hercúleas: las Etimologías, toda una “enciclopedia” o compendio del saber que griegos y romanos habían legado al Mundo; La Historia de los godos, vándalos y suevos y la poco apreciada, pero sorprendente y desconocida, Crónica universal. No fueron sus únicas obras. Por el contrario, estas se contaron por docenas y se ocuparon de temas diversos que fueron de la filosofía y la teología a la exégesis bíblica, la música, las matemáticas, la numerología, la hidráulica, el derecho, la astronomía, etc.
Poseedor de una abundantísima biblioteca en la que se hallaban obras hoy perdidas para nosotros, sus conocimientos y, más aún, su actitud ante el saber y su concepto universal del mismo, hicieron de él un puente entre la antigüedad clásica y la Edad Media. Mientras que su gusto por la sistematización del saber de los antiguos y su capacidad de sumarlo con total naturalidad y acierto al nuevo contexto cultural que ya anunciaba el medievo, lo convirtieron en uno de los grandes maestros de Europa.
Isidoro, ante el saber, no adopta un papel pasivo, de mero transmisor, sino que se interroga sobre su función y propósito. Sus reflexiones sobre la historia, la gramática, la música, la política o el buen gobierno, etc. están llenas de buen sentido y de una honda reflexión que preludia al humanismo en cuanto que aspira a una comprensión plena e integrada del hombre y de la naturaleza como creaciones y por ende, como proyecciones, de la Divinidad.
Es difícil lograr trasmitir hasta qué punto Isidoro de Sevilla influyó en los hombres doctos de la Europa medieval. Los monasterios y escuelas catedralicias de todo el Occidente contaron con sus obras y hallaron en ellas una parte sustancial de su erudición y, a través de ella, de su concepción del Mundo. Pero aunque fueron muchas las obras de Isidoro que condicionaron el pensamiento europeo durante siglos y siglos, lo cierto es que es en sus Etimologías en donde hallamos el mayor motivo de asombro y la suma de sus virtudes intelectuales. Pues sin duda, las Etimologías de Isidoro de Sevilla son la más fascinante obra escrita en Europa entre el 400 y el 1200.
Una obra para la posteridad
Las Etimologías no son una mera “enciclopedia,” sino toda una reflexión sobre el saber de los antiguos griegos y romanos y de su síntesis con la literatura hebrea y la nueva civilización cristiana. Isidoro no solo recogió y sintetizó buena parte de los conocimientos del mundo clásico, sino que los adaptó al nuevo mundo surgido de la caída del Occidente romano, haciendo así comprensible ese saber para el hombre medieval y de paso, y por ende, salvándolo en buena medida.
Los veinte libros que componen las Etimologías son una muestra apabullante del saber del que se podía disponer en la Hispania visigoda del siglo VII. Europa entera, la Europa de los siglos VII a XV, se formó en buena medida con la lectura de estos veinte libros de las Etimologías. En ellos podemos encontrar disciplinas, saberes y temas tan variados como la gramática, la retórica y la dialéctica, la aritmética, la música, la geometría y la astronomía, la medicina, el derecho, la cronología, las Sagradas Escrituras, los ciclos del tiempo, las bibliotecas y los libros, las fiestas y los principales oficios, la naturaleza de Dios, de los ángeles, de los santos padres, la jerarquía y organización de la iglesia, la sinagoga y el judaísmo, la vida y obra de los más célebres filósofos, herejes y poetas, el estudio de las otras religiones, las noticias sobre los pueblos de otras tierras, sobre sus lenguas, instituciones, costumbres y las relaciones que se tenía con ellos o de donde provenía el conocimiento que de ellos se tenía, el estudio de los nombres, la anatomía del ser humano, sus malformaciones y los fenómenos a él ligados, los animales, tanto los familiares y cercanos, como los exóticos y casi fabulosos, los elementos que componían el universo y la materia, los mares, ríos y diluvios, la geografía, los tipos y elementos de los asentamientos urbanos y rurales: las ciudades, villas, aldeas, etc., las formas de comunicación que podían emplearse, los pesos y medidas, los minerales y los metales, la agricultura, la guerra: armas, táctica, etc., los espectáculos y juegos, los distintos tipos de embarcaciones, la pesca, los edificios y las vestimentas, los alimentos y bebidas, el ajuar doméstico, las herramientas…
Ese afán totalizador y universalista de Isidoro de Sevilla se advierte también en su Crónica universal, en donde, con pasmosa naturalidad, hibrida las tradiciones y mitos grecorromanos, babilónicos y hebreos con la historia romana y con la nueva cultura cristiana.
Pero sin duda, su obra más influyente durante los siguientes ocho siglos que transcurrieron tras su muerte fueron sus Sententiae, “Sentencias”, obra de carácter reflexivo y moral en donde aborda temas como el objeto y razón del poder de los príncipes y que marcó toda una concepción del buen gobierno en la Europa medieval. Idea que también quedó reflejada en el IV Concilio de Toledo al que ya hemos hecho referencia más arriba, así como en sus Etimologías y en la que la ley quedaba como referente y regidora máxima a la cual hasta el rey debía someterse aunque él mismo la hubiera promulgado. El poder del rey se sacralizaba en cuanto no era sino una suerte de responsabilidad que Dios le otorgaba en cuanto Vicarius Dei, esto es, intermediario entre Dios y el pueblo o, siguiendo una imagen bíblica, en cuanto “pastor” de su pueblo. Pero a la par, ese “encargo” divino permitía a los súbditos exigir al rey buen gobierno, respeto a las leyes y mesura.
La influencia de Isidoro fue enorme en su propio tiempo y trascendental en los siglos que siguieron. Pronto se copiaron sus obras en Irlanda en donde en el siglo VIII era uno de los autores más leídos y la autoridad máxima en cuestiones tan variadas como geografía, gramática, astronomía, etc. Sus obras fueron también muy pronto recibidas y copiadas en la Inglaterra anglosajona, en el norte de Francia, en Italia… Y, por supuesto, tuvieron poderoso eco en los reinos cristianos y en el al-Ándalus hispanos.
En suma, se puede afirmar que lo que podemos llamar “Renacimiento isidoriano” fue una de las bases fundamentales del posterior y más conocido Renacimiento carolingio. Y que el gran florecimiento cultural experimentado por Europa durante los siglos XII al XIV tuvo también una de sus raíces fundamentales en el legado de Isidoro de Sevilla.
Bibliografía y fuentes primarias
- Isidoro de Sevilla, Etimologías: Díaz Díaz, M., C. San Isidoro de Sevilla, Etimologías. Madrid, 2000.
- Isidoro de Sevilla, Crónica Universal: Martín, J.C “La Crónica universal de Isidoro de Sevilla: circunstancias históricas e ideológicas de su composición y traducción de la misma.” Iberia. revista de la Antigüedad. Vol 4, 2001, pp. 199-239.
- Riche, P. (1971): L’éducation a l’époque wisigothique: les institucionum disciplinae. Anales toledanos 3, 1971.
- Riche, P. (1967): Education et culture dans l’occident barbare. VI-VIIIe sècles, París, pp. 209-221.
- Rodríguez de la Peña, M. A. (2008): Los reyes sabios. Cultura y poder en la Antigüedad Tardía y la Alta Edad Media, Madrid.
- Teillet, S. (1984): Des Goths à la nation gothique. Les Origenes de l’idée de nation en Occident du Ve au VIIe siècle, París.
José Soto Chica fue militar profesional y estuvo destinado a la Misión de Paz de la ONU (UMPROFOR) en Bosnia Herzegovina. Un accidente con explosivos le costó una pierna y lo dejó ciego, lo que le llevó a reencauzar su vida hacia su verdadera pasión, la historia. Apenas un año después del incidente se matriculó en la Universidad de Granada, y en la actualidad es doctor en historia medieval y profesor contratado doctor de la Universidad de Granada e investigador del Centro de Estudios Bizantinos, Neogriegos y Chipriotas de Granada. Es autor de las monografías Bizancio y los sasánidas. De la lucha por el oriente a las conquistas árabes, Bizancio y la Persia sasánida: dos imperios frente a frente, Imperios y bárbaros. La guerra en la Edad Oscura y Los visigodos. Hijos de un dios furioso, así como coautor de la edición, traducción y estudio de La Didascalia de Jacob. José Soto Chica ha publicado más de cuarenta artículos en revistas, entre ellas Desperta Ferro Antigua y medieval y Arqueología e Historia, y capítulos de libro en obras especializadas y también es autor de dos novelas históricas: Tiempo de leones y Los caballeros del estandarte sagrado.
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